El poema del viaje que realiza una orquÃdea y su relevancia para nuestro viaje en busca de Cristo.
No recuerdo mis piernas de este lugar
Mi esperanza se marchita. Mi buena confianza perdiendo su gracia.
Pero espera un segundo, escucho un susurro que se sale de lugar
Promete dejar que la luz algún dÃa toque mi rostro oculto.
"Déjame salir", digo, y grito y grito.
Nadie más que el tiempo me habla con su suave brisa,
"Sólo yo puedo dar vida a tu melodioso sueño".
Me siento en mi silla dejando crecer más piernas,
Oscuridad enterró su cabeza aquà y me dio a luz no tan fuerte.
¡Pero espera, siento que viene un cambio! Oh, sÃ, ahà está:
Estoy extendiendo el camino hacia mi felicidad sin fin.
El tiempo fue un amigo que nunca me dio un beso
Pero prometà un pasado que ya no recordarÃa.
Estoy llegando más alto, sintiéndome guiado por el espÃritu
Estoy en verde, estoy en hojas. Puedo ver, puedo oÃrlo.
Mi futuro ha llegado y el capullo va a florecer.
Ya no soy una semilla que se queda quieta y se encoge.
He sido llamado a nacer, a ser nombrado y admirado,
Tener color y resplandor, ser más que mi hora.
Un pétalo está desabrochado y otro, ¡aquà viene!
Mis ojos se han abierto: el mundo ahora habla en lenguas.
Mi color es blanco y mis venas son de rosa
El mundo siempre tan hermoso: vestido al detalle, con tinta.
¿Quién es este hombre que me cuida tanto?
¿Quién es aquel cuyo corazón vino hace mucho tiempo?
Su mano fue la que me ayudó a crecer
Su amor el pintor siempre pulido de mi alma.